La pasión amorosa






                                           Tú eras mi muerte:
                                          a ti te podía retener,
                         mientras todo se me escapaba
                                   
                                                     Paul Celan
                                                                                                                                        
                                                                                       


Esto es Venus para nosotros; 
de aquí viene el nombre del amor,
de aquí destiló primero en nuestro corazón 
aquella gota de dulzura de Venus
y vino después una fría inquietud.

Pues si está ausente lo que amas, 
sus imágenes, sin embargo, están presentes 
y su dulce nombre se aparece junto a tus oídos.

Mas conviene huir de esas imágenes y ahuyentar de
sí el alimento del amor, y dirigir el espíritu a otra parte 
y arrojar el humor acumulado sobre cualquier otro
cuerpo, sin reservarlo, atraído por el amor de una sola, 
conservando para sí una inquietud y una pena seguras.

La llaga, en efecto, se aviva y se fortalece al ser
alimentada y día a día crece el delirio y se hace más
pesada la aflicción, a no ser que disipes las primeras heridas 
con nuevos golpes y que las cures, aún frescas, 
vagando tras una Venus vagabunda
o bien puedes llevar a otra parte los movimientos de tu espíritu.

Mas no se priva del goce de Venus aquel que evita el
amor, sino que, antes bien, escoge las bondades que
no conllevan sufrimiento.  Pues ciertamente el placer de allí 
es más puro que para los enfermos de amor. 

En efecto, en el momento mismo de la posesión,
el ardor de los amantes fluctúa en vacilantes idas y
vueltas y no se sabe a ciencia cierta qué es lo primero
que ellos disfrutan con ojos y manos.

Lo que han tomado, lo aprietan estrechamente y 
causan dolor en el cuerpo, y a menudo clavan sus dientes
en los pequeños labios y estrellan sus bocas al besarse, 
porque su placer no es puro y hay aguijones secretos 
que los estimulan a hacer daño a eso mismo, sea lo que sea, 
de donde surgen aquellos gérmenes de frenesí.

Pero Venus quiebra ligeramente las penas en el amor
y un cariñoso placer, mezclado con aquellos, pone
freno a las mordeduras.

Pues en esto existe la esperanza de que, por obra del
mismo cuerpo donde se halla el origen del ardor,
también el fuego pueda extinguirse.

Pero la naturaleza se opone a que todo esto suceda de
la manera contraria; y ésta es la única cosa que, cuanto 
más tenemos de ella, tanto más se enardece el
corazón con el funesto deseo.

En efecto, el alimento y la bebida se asimilan al
interior de los miembros;
y ya que ellos pueden asentarse en partes determinadas, 
el deseo de agua y pan es fácilmente satisfecho.

Pero del rostro y la bella tez de un hombre nada es
dado al cuerpo para ser disfrutado, aparte de las tenues 
imágenes que su desdichada esperanza arrastra
hacia el viento.

Así como cuando en sueños el sediento busca beber y
no le es dado el líquido que puede apagar el ardor de
sus miembros, pero busca imágenes de agua y en vano 
se esfuerza y aun bebiendo en medio de un torrentoso río 
siente sed, así también en el amor.

Venus se burla de los amantes, por medio de las imágenes, 
y ellos no pueden saciar sus cuerpos, aunque contemplen 
el cuerpo amado frente a frente,
ni pueden con sus manos arrebatar algo de los tiernos
miembros al errar vacilantes por todo el cuerpo.

Al fin, cuando con los cuerpos unidos ellos disfrutan
de la flor de la edad, cuando ya el cuerpo presagia sus goces 
y Venus está a punto de sembrar los campos femeninos, 
ávidamente estrechan sus cuerpos y unen la saliva
de sus bocas y respiran profundamente apretando
los labios con sus dientes; pero todo es inútil, 
ya que no pueden arrebatar nada de allí 
ni tampoco penetrar o fundirse en un cuerpo 
con todo su cuerpo; pues a veces parecen querer 
y luchar por hacer eso: 
con tanta pasión se adhieren en las junturas de Venus,
hasta que los miembros se derriten abatidos por la
fuerza de su placer.

Por último, cuando el deseo reunido se expulsa fuera
de los nervios, se produce una pequeña pausa del
ardor violento por un instante.

Luego vuelve el mismo frenesí, retorna aquel delirio,
cuando ellos buscan encontrar qué es lo que desean
palpar junto a sí, pero no pueden encontrar el medio 
que venza ese mal: a tal punto vacilantes se consumen 
a causa de su secreta herida.


                   Lucrecio - De Rerum Natura (De la naturaleza de las cosas)

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