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Andrés Rábago - El Roto |
Es extraño, también, que siga teniendo fé en la Opinión Pública, como si ese fetiche no pudiera crearse a voluntad mediante la Propaganda. La Opinión Pública sigue siendo quien impone los gobiernos, pero resulta, que estos gobiernos son los que crean la Opinión Pública.
Muy a menudo compruebo que todo es opinable, y
alguien que comenzó antes de ayer puede hablar tanto como otro cuya
trayectoria está largamente probada en la vida del país. Y su opinión
llega a ser clasificatoria, y no tiene siquiera que demostrarse. La
llamada opinión pública es la suma de lo que se le ocurre a quienes, en
esos minutos, pasan ocasionalmente por la esquina elegida, y conforman
el mínimo universo de una encuesta que, sin embargo, saldrá a grandes
titulares en los diarios y los programas de televisión. Las preguntas
que suelen hacerse son de una torpeza que pondrían frenético a Sócrates,
que las colocó en el lugar de quien ayuda a dar a luz. Todo pasa y
todas las perspectivas son válidas. Lo mismo Chicho que Napoleón, Cristo
que el Rey de Bastos. No se piensa en futuro, todo es de coyuntura.
Otra consecuencia de este estado de
cosas es la sobrevaloración de la diversión. Los programas “divertidos”
tienen mucho raiting —y el raiting es lo supremo— no importa a costa de
qué valor, ni quién lo financia. Son esos programas donde divertirse es
degradar, o donde todo se banaliza. Como si habiendo perdido la
capacidad para la grandeza, nos conformáramos con una comedia de regular
calidad. Esta desesperación por divertirse tiene sabor a decadencia.
Ernesto Sábato