La herencia del Terror, por un lado, y
la influencia del ejemplo inglés, por otro, instalaron a los partidos
políticos en la vida pública europea. El hecho de que existan no es
motivo suficiente para conservarlos.
El mal de los partidos políticos
salta a la vista....
«Un buen árbol jamás dará malos frutos, ni un
árbol podrido buenos frutos»
Los partidos son organismos públicos, oficialmente
constituidos de manera que matan en las almas el sentido de la verdad y
de la justicia.
Para valorar a los partidos políticos según el
criterio de la verdad, de la justicia, del bien público, conviene
comenzar discerniendo sus características esenciales. Se pueden enumerar
tres:
- Un partido político es una máquina de fabricar pasión colectiva.
- Un partido político es una organización construida de tal modo que ejerce una presión colectiva sobre el pensamiento de cada uno de los seres humanos que son sus miembros.
- La primera finalidad y, en última instancia, la única finalidad de todo partido político es su propio crecimiento, y eso sin límite.
Debido a este triple carácter, todo partido político
es totalitario en germen y en aspiración. Si de hecho no lo es, es solo
porque los que lo rodean no lo son menos que él.
Los partidos hablan, cierto es, de educación de los que se les han
acercado, simpatizantes, jóvenes, nuevos adherentes. Esa palabra es una
mentira. Se trata de un adiestramiento para preparar la influencia mucho
más severa que el partido ejerce sobre el pensamiento de sus miembros.
Desde el momento en que el crecimiento del partido constituye un
criterio del bien, se sigue inevitablemente la existencia de una presión
colectiva del partido sobre el pensamiento de los hombres. Esa presión
se ejerce de hecho. Se muestra públicamente. Se confiesa, se proclama.
Nos horrorizaría, de no ser porque la costumbre nos ha endurecido.
Si un hombre, miembro de un partido, está
absolutamente decidido a ser fiel, en todos sus pensamientos, tan solo a
la luz interior y a nada más, no puede dar a conocer esa resolución a
su partido. Entonces se encuentra respecto del partido en estado de
mentira.
Un hombre que se afilia a un partido
seguramente ha percibido, en la acción y la propaganda de ese partido,
cosas que le han parecido justas y buenas. Pero jamás ha estudiado la
posición del partido respecto a todos los problemas de la vida pública.
Al entrar en el partido, acepta posiciones que ignora. De esa manera
somete su pensamiento a la autoridad del partido.
Pero de hecho, salvo raras excepciones,
un hombre que entra en un partido adopta dócilmente la actitud de
espíritu que expresará más tarde con estas palabras: «Como monárquico,
como socialista, pienso que...». ¡Es tan cómodo! Porque no es pensar. No
hay nada más cómodo que no pensar.
La supresión de los partidos sería un
bien casi puro. Es eminentemente legítima en principio, y en la práctica
solo parece susceptible de efectos buenos.
Es dudoso que se pueda remediar esta lepra que nos mata sin antes suprimir los partidos políticos.
Las soluciones no son fáciles de
concebir. Pero es evidente, tras un examen atento, que cualquier
solución implicaría en primer lugar la supresión de los partidos
políticos.
Simone Weil